lunes, 21 de abril de 2008

Temor y temblor. Sobre la crítica mediática de Gran Hermano y Bailando por un sueño: ¿por qué el reality se convirtió en un problema moral? (2)

Por Mariano Fernández
2) Un problema moral y el lugar del televidente
Elijo hablar de moral ya que, en términos generales, la operatoria que pretendo describir se caracteriza por la prescripción de alguna regla de conducta o valoración ética asociada a diferentes aspectos del programa referido. Una escala de valores (que no siempre es definida, y que no es homogénea) interviene en los momentos evaluativos de muchos de los artículos que estamos analizando. Debe quedar claro que esta operatoria es de aparición sincopada y fragmentada. Lo que torna pertinente su mención es, como ya dijimos, su omnipresencia, aunque sea bajo modalidades enunciativas y de apariciones diversas. Varía, por ejemplo, el referente, aunque pueden identificarse dos: el programa en cuestión y la institución televisión. En el primer caso, la evaluación nos da una pauta de ciertas características del reconocimiento de estos programas en particular. En efecto, GH y BPS azuzaron calificativos como “morbo”, “pasatismo”, “frivolidad”, “vulgaridad”, “mal gusto”, “experiencia empobrecedora”, “programa que esconde más miserias que las que se ven”, “escándalo organizado”. Por otro lado, esas cualidades estarían plenamente articuladas con una institución que tiende a ser vista como capaz de movilizar modelos culturales. Entonces, el recurso a la expulsión (el momento del voto, ya sea del público o de los participantes) se convierte en valor negativo; el vocabulario de los protagonistas, en ejemplo negativo; esos mismos participantes, triunfan sin mostrar virtud alguna, o adquieren fama haciendo gala del ocio y la incultura; en ambos programas se percibe, nuevamente, un caso de frivolización de la política; es la TV la que impone una dictadura del pasatismo.
Como se verá, la temática, así planteada, ya contiene la pregunta por el lugar del televidente. Sobre todo a propósito de GH se generaron una serie de interrogantes para explicar el alto raiting que tuvo el programa. En conjunto, aparecen tres lugares asignados al televidente: corresponsabilidad, heteronimia, incógnita. Cito tres ejemplos de cada lugar:

-corresponsable: “las cifras de audiencia no dejan de producir asombro. Y más de una consideración sobre el gusto promedio del espectador televisivo”.
-heterónomo: “La imposición (…) de lo pasatista va camino de forjar un nuevo tipo de dictadura”; “ “Los responsables de uno y otro canal cambiaron todo y decidieron confiar, una vez más, en la paciencia y tolerancia de sus espectadores”.
-incógnita: “¿Es factible evitar ser fagocitado por el clima de la oferta televisiva masiva?”; “Hay quienes temen los efectos contagiosos de esta nada hecha reality”; ¿Por qué la gente se apega tanto a un espacio que consagra la transa, el tedio, la chatura?
En esta pregunta por el lugar del televidente hay que cifrar una característica específica del tipo de crítica que estamos abordando: hay, aquí, una primera operatoria metadiscursiva. Cuando la crítica se pregunta por el acto espectatorial (acto que ella misma ha ejercido para fundar su observación y su evaluación) está rompiendo lo que Cingolani llama escala de observación ordinaria y habitual: cuando el televidente se pregunta por sí mismo es, ya, otra cosa que televidente.

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